El título de la primera novela gráfica de Nadia Hafid (Nadia Hafid, El buen padre, Barcelona, Sapristi Editorial, 2020) es sin lugar a dudas una declaración de respeto y comprensión, un marbete ─ en mayúsculas y sin matiz─ que rechaza el rencor y la amargura: EL BUEN PADRE. La historia es la de un abandono: la capitulación de un padre, inmigrante marroquí, que regresa a su país dejando atrás a su mujer y sus tres niños. Algunas páginas documentan con sencillez la realidad de la inmigración ─entre derrota y violencia─ y la situación enquistada de quien no alcanza a arraigarse. Pero, más allá de la sola figura paterna, la autora dibuja un retrato familiar que aborda las complejidades de las ausencias, las pérdidas, las personalidades moldeadas por esas herencias y heridas. Nadia Hafid firma una obra con carácter claramente autobiográfico. El presente artículo propone analizar cómo la autora trabaja el género autobiográfico explorando formas nuevas de narración y apostando por un lenguaje gráfico original. El estudio indaga de qué forma la sobriedad gráfica permite plasmar la ausencia de un padre cuya figura espectral recorre toda la obra.